III- EL PORVENIR DE UNA ILUSION - SIGMUND FREUD

III EL PORVENIR DE UMA ILUSION
1927
El porvenir de uma ilusión fue publicada e, 1927 por el Internationaler Psychoanalitischer Verlag (Leipzig, Viena y Zurich). Posteriormente ha sido incluída por la misma Casa editorial em la edicion de lás Obras completas de Freud (tomo II).

I
Todo aquel que ha vivido largo tiempo dentro de una determinada cultura y se ha planteado repetidamente el problema de cuáles fueron los orígenes y la trayectoria evolutiva de la misma, acaba por ceder también alguna vez a la tentación de orientar su mirada em sentido opuesto y preguntarse cuáles serán los destinos futuros de tal cultura y por qué avatares habrá
aún de pasar. No tardamos, sin embargo, em advertir que ya el valor inicial de tal investigación queda considerablemente disminuido por la acción de varios factores. Ante todo, son muy pocas las personas capaces de uma vision total de la actividad humana em sus múltiples modalidades. La inmensa mayoria de los hombres se ha visto obligada a limitarse a escasos sectores o incluso a uno solo. Y cuanto menos sabemos del pasado y del presente, tanto más inseguro habrá de ser nuestro juicio sobre el porvenir. Pero, además, precisamente em la formación de este juicio intervienen, en un grado muy difícil de precisar, las esperanzas subjetivas individuales, las cuales dependen, a su vez, de factores puramente personales, esto es, de la experiência de cada uno y de su actitud más o menos optimista ante la vida, determinada por el temperamento, el éxito o el fracaso. Por último, ha de tenerse también en cuenta el hecho singular de que los hombres viven, em general, el presente con una cierta ingenuidad; esto es, sin poder llegar a valorar exactamente sus contenidos. Para ello tienen que considerarlo a distancia, lo cual supone que el presente ha de haberse convertido em pretérito para que podamos hallar em él puntos de apoyo em que basar un juicio sobre el porvenir.
Así, pues, al ceder a la tentación de pronunciarnos sobre el porvenir probable de nuestra cultura, obraremos prudentemente teniendo en cuenta los reparos antes indicados al mismo tiempo que la inseguridad inherente a toda predicción. Por lo que a mi respecta, tales consideraciones me llevarán a aparterme rápidamente de la magna labor total y a refugiarme en el pequeno sector parcial al que hasta ahora he consagrado mi atención, limitándome a fijar previamente su situación dentro de la totalidad.
La cultura humana – entendidendo por tal modo aquello en que la vida humana ha superado sus condiciones zoológicas y se distingue de la vida de los animales, y desdenando establecer entre los conceptos de cultura y civilización separación alguna -; la cultura humana, repetimos, muestra, como es sabido, al observador dos distintos aspectos. Por un lado, comprende todo el saber y el poder conquistados por los hombres para llegar a dominar las fuerzas de la Naturaleza y extraer los bienes naturales con que satisfacer ls necesidades humanas, y por outro, todas las relaciones de los hombres entre sí y muy especialmente la distribución de los bienes naturales alcanzables. Estas dos direcciones de la cultura no son independientes uma de outra, em primer lugar, porque la medida en que los bienes existentes consienten la satisfacción de los instintos ejerce profunda influencia sobre las relaciones de los hombres entre sí; en segundo, porque tambien él hombre mismo, individualmente considerado, puede representar un bien natural para outro en cuanto este utiliza su capacidad de trabajo o hace de él su objeto sexual. Pero, además, porque cada individuo es virtualmente um enemigo de la civilización, a pesar de tener que reconocer su general interes humano. Se da, en efecto, el hecho singular de que los hombres, no obstante serles imposible existir en el aislamiento, sienten como um peso intolerable los sacrifícios que la civilización les impone para hacer posible la vida em común. Así, pues, la cultura ha de ser defendida contra el individuo, y a esta defensa responden todos sus mandamientos, organizaciones e instituciones, los cuales no tienen tan sólo por objeto efectuar uma determinada distribución de los bienes naturales, sino también mantenerla e incluso defender contra los impulsos hostiles de los hombres los medios existentes para el domínio de la Naturaleza y la producción de bienes. Las creaciones de los hombres son fáciles de destruir, y la ciência y la técnica por ellos edificada pueden tambien ser utilizadas par su destrucción.
Experimentamos así la impresión de que la civilización es algo que fue impuesto a uma mayoria contraria a ella por una minoria que supo apoderarse de los médios de poder y de coerción. Luego no es aventurado suponer que estas dificultades no son inherentes a la esencia misma de la cultura, sino que dependen de las imperfecciones de las formas de cultura desarrolladas hasta ahora. Es fácil, en efecto, senalar tales imperfecciones. Mientras que em el domínio de la Naturaleza ha realizado la Humanidad contínuos progresos y puede esperarlos aún mayores, no puede hablarse de un progreso análogo em la regulación de las relaciones humanas., y probablemente en todas las épocas, como de nuevo ahora, se han preguntado muchos hombres si esta parte de las conquistas culturales merece, em general, ser defendida. Puede creerse en la posibilidad de una nueva regulación de las relaciones humanas, que cegará las fuentes del descontento ante la cultura, renunciando a la coerción y a la yugulación de los instintos, de manera que los hombres puedan consagrarde, sin ser pertubados por la discórdia interior, a la adquisición y la disfrute de los bienes terrenos. Esto seria la edad de oro,pero es muy dudoso que pueda llegarse a ello. Parece, más bien, que toda la civilización há de basarse sobre la coerción y la renuncia a los instintos, y ni siquiera puede asegurarse que al desaparecer la coerción se mostrarse dispuesta la mayoria de los indivíduos humanos a tomar sobre sí la labor necesaria para la adquisición de nuevos bienes. A mi juicio, ha de contarse con el hecho de que todos los hombres integran tendências destructoras – antisociales y anticulturales – y que em gran numero de personas tales tendências son bastante poderosas para determinar su conducta en la sociedad humana.
Este hecho psicológico presenta um sentido decisivo para el enjuiciamineto de la cultura humana. En um principio pudimos creer que su función esencial era el domínio de la Naturaleza para la conquista de los bienes vitales y que los peligros que la amenazan podian ser evitados por médio de una adecuada distribución de dichos bienes entre los hombres. Mas ahora vemos desplazado el nódulo de la cuestion desde lo material a lo anímico. Lo decisivo está em si es posible aminorar, y em qué medida, los sacrifícios impuestos a los hombres em cuanto a la renuncia a la satisfacción de sus instintos, conciliarlos com aquellos que continúen siendo necesarios y compensarles de ellos. El domínio de la masa por una minoria seguirá demonstrandose siempre tan imprescindible como la imposición coercitiva de la labor cultural, pues las masas son perezosas e ignorantes, no admiten gustosas la renuncia al instinto, siendo útiles cuantos argumentos se aduzcan para convencerlas de lo inevitable de tal renuncia, y sus indivíduos se apoyan unos a otros en la tolerancia de su desenfreno. Unicamente la influencia de indivíduos ejemplares a los que reconocen como conductores puede moverlas a aceptar aquellos esfuerzos y privaciones imprescindibles para la perduración de la cultura. Tudo irá entences bien mientras que tales conductores sean personas que posean un profundo conocimiento de las necesidades de la vida y que se hayan elevado hasta el domínio de sus propios deseos instintivos. Pero existe el peligro de que para conservar su influjo hagan a las masas mayores concesiones que éstas a ellos, y por tanto, parece necesario que la posesión de médios de poder los haga independientes de la colectividad. Em resumen: el hecho de que sólo mediante cierta coerción puedan ser mantenidas las instituciones culturales es imputable a dos circunstancias ampliamente difundidas entre los hombres: la falta de amor al trabajo y la ineficácia de los argumentos contra las pasiones.
Sé de antemano la objeción que se opondrá a estas afirmaciones. Se dirá que la condición que acabamos de atribuir a las colectividades humanas, y em la que vemos una prueba de la necesidad de una coerción que impogna la labor cultural, no es por si misma sino uma consecuencia de la existencia de instituciones culturales defectuosas que han exasperado a los hombres haciéndolos vengativos e inasequibles. Nuevas generaciones, educadas con amor y em la más alta estimación del pensamiento, que hayan experimentado desde muy temprano los benefícios de la cultura, adoptarán también una distinta actitud ante ella, la considerarán como su más preciado patrimonio y estarán dispuestas a realizar todos aquellos sacrifícios necesarios para su perduración, tanto em trabajo como em renuncia a la satisfacción de los instintos. Harán innecesaria la coerción y se diferenciarán muy poco de sus conductores. Si hasta ahora no ha habido em ninguna cultura colectividades humanas de esta condición, ello se debe a que ninguna cultura ha acertado aún con instituciones capaces de influir sobre los hombres en tal sentido y precisamente desde su infância.
Podemos preguntarnos si nuestro domínio sobre la Naturaleza permite ya, o permitirá algún dia, el establecimiento de semejantes instituciones culturales, e igualmente de donde habrán de surgir aquellos hombres superiores, prudentes y desinteresasos que hayan de actuar como conductores de las masas y educadores de las generaciones futuras. Puede intimidarnos la magna coerción inevitable para la consecución de estos propósitos. Pero no podemos negar la grandeza del proyecto ni su importancia para el porvenir de la cultura humana. Se nos muestra basado en el hecho psicológico de que el hombre integra las más diversas disposiciones instintivas, cuya orientación definitiva es determinada por las tempranas experiências infantiles. De este modo, los limites de la educabilidad del hombre supondrán también los de la eficacia de tal transformación cultural. Podemos preguntarnos si um distinto ambiente cultural puede llegar a extinguir, y em qué medida, los dos caracteres de las colectividades humanas antes senaladas, que tanto dificultan su conducción. Tal experimento está aún por hacer. Probablemente cierto tanto por ciento de la Humanidad permanecera siempre asocial, a consecuencia de una disposición patológica o de una exagerada energia de los instintos. Pero si se consigue reducir a una minoria la actual mayoria hostil a la cultura, se habrá alcanzado mucho, quizá todo lo posible.
No quisiera despertar la impresión de haberme desviado mucho del camino prescrito a mi investigación y, por tanto, he de afirmar explicitamente que no me he propuesto en absoluto enjuiciar el gran experimento de cultura emprendido actualmente en el amplio território situado entre Europa y Asia. Carezco de conocimiento suficiente de la cuestión y de capacidad para pronunciarme sobre sus posibilidades, contrastar la adecuación de los métodos aplicados a estimar la magnitud del abismo inevitable entre el propósito y la realización. Lo que alli se prepara, inacabado aún, elude, como tal, una precisa observación, a la cual ofrece, en cambio, rica matéria nuestra cultura, consolidada hace ya largo tiempo.

II

Hemos pasado inadvertidamente de lo económico a lo psicológico. Al principio nos inclinamos a buscar el patrimonio cultural em los bienes existentes y en las instituciones para su distribución. La conclución de que toda cultura reposa en la imposición coercitiva del trabajo y em la renuncia a los instintos, provocando, por consiguiente, la oposicion de aquellos sobre los cuales recaen tales exigências, nos hace ver claramente que los bienes mismos, los médios para su conquista y las disposiciones para su distribución no puede ser el contenido único, ni siquiera el contenido esencial de la cultura, puesto que se hallan amenazados por la rebeldia y El ansia de destrucción de los participes de la misma. Al lado de los bienes se sitúan ahora los médios necesarios para defender la cultura; esto es, los médios de coerción y los conducentes a reonciliar a los hombres con la cultura y a compensarles sus sacrifícios. Estos últimos médios constituyen lo que pudiéramos considerar como el patrimônio espiritual de la cultura.
Com objeto de mantener cierta regularidad em nuestra nomenclatura, denominaremos interdiccion al hecho de que un instinto no pueda ser satisfecho, prohibición a la institución que marca tal interdicción y privación al estado que la prohibicón trae consigo. Lo más inmediato será establecer una distinción entre aquellas privaciones que afectan a todos los hombres y aquellas otras que sólo recaen sobre grupos, clases o indivíduos determinados. Las primeras son las más antiguas; con las prohibiciones em las que tienen su origen inició la cultura hace muchos milênios el desligamiento del estado animal primitivo. Para nuestra sorpresa, hemos hallado que se mantienen aún em vigor, constituyendo todavia el nódulo de la hostilidad contra la cultura. Los deseos instintivos sobre los que gravitan nacen de nuevo con cada criatura humana. Existe una clase de hombres, los neuróticos, en los que ja estas interdicciones provócan uma reaccion asocial. Tales deseos instintivos son el incesto, el canibalismo y el homicídio. Extranará, quizá, ver reunidos estos deseos instintivos, em cuya condenación aparecen de acuerdo todos los hombres, con aquellos otros sobre cuya permisión o interducción se lucha tan ardientemente en nuestra cultura, pero psiclológicamente está justificado. La actitud cultural ante estos más antiguos deseos instintivos no es tampoco uniforme; tan solo el canibalismo es unánimemente condenado y, salvo para la observación psicoanalitica, parece haber sido dominado por completo. La intensidad de los deseos incestuosos se hace aún sentir detrás de la prohibición, y el homicídio es todavia practicado e incluso ordenado en nuestra cultura bajo determinadas condiciones. Probablemente habrán de sobrevenir nuevas evoluciones de la cultura, en las cuales determinadas satisfacciones de deseos, perfectamente posibles hoy, parecerán tan inadmisibles como hoy la del canibalismo.
Ya en estas más antiguas renuncias al instinto interviene un factor psicológico que integra también suma importancia em todas las ulteriores. Es inexacto que el alma humana no haya realizado progreso alguno desde los tiempos mas primitivos y que, em contraposición a los progresos de la ciência y la técnica, sea hoy la misma que al principio de la Historia. Podemos indicar aquí uno de tales progresos anímicos. Una de las características de nuestra evolución consiste em la transformación paulatina de la coerción externa em coerción interna por la acción de uma especial instancia psíquica del hombre, el super-yo,que ya acogiendo la coerción externa entre sus mandamientos.
En todo nino podemos observar el proceso de esta transformación, que es la que hace de él um ser moral y social. Este robustecimiento del super-yo es uno de los factores culturales psicológicos mas valiosos. Aquellos indivíduos en los cuales ha tenido efecto cesan de ser adversários de la civilización y se convierten em sus mas firmes substratos. Cuanto mayor se a su numero em um sector de cultura, más segura se hallará ésta y antes podrá prescindir de los médios externos de coerción. La medida de esta asimilación de la coerción externa varia mucho según el instinto sobre el cual recaiga la prohibición.
Em cuanto a las exigencias culturales mas antiguas, antes detalladas, parece haber alcanzado – si excluimo a los neuróticos, excepción indeseada – uma gran amplitud. Pero su proporción varia mucho con respecto a los demás instintos. Al volver a ellos nuestra vista, advertimos com sorpresa y alarma que una multitud de indivíduos no obedece a las prohibiciones culturales correspondientes más que bajo la presión de la coerción externa; esto es, sólo mientras tal coerción constituye uma amenaza real e ineludible. Asi sucede muy especialmente en lo que se refere a las llamadas exigencias morales de la civilización, prescritas también por igual a todo individuo. La mayor parte de las transgresiones de que los hombres se hacen culpables lesionan estos precptos. Infinitos hombres civilizados, que retrocederian temerosos ante el homicídio o el incesto, no se privan de satisfacer su codicia, sus impulsos agresivos y sus caprichos sexuales, ni de perjudicar a sus semjantes com la mentira, el fraude y la calumnia, cuando pueden hacerlo sin castigo, y así viene sucediendo, desde sempre, en todas las civilizaciones.
En lo que se refiere a lãs restricciones que solo afectan a determinadas clases sociales, la situación se nos muestra claramente y no ha sido nunca un secreto para nadie. Es de suponer que estas clases postergadas envidiarán a las favorecidas sus privilegios y harán todo lo posible por libertarse Del incremento especial de privación que sobre ellas pesa. Donde no lo consigan, surgirá en la civilización correspondiente un descontento duradero que podrá conducir a peligrosas rebeliones. Pero cuando una civilización no la logrado evitar que la satisfación de un cierto numero de sus participes tenga como premisa la opresión de otros, de la mayoria quizá – y así sucede en todas las civilizaciones actuales -, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad contra la civilización que ellos mismos sostienen con su trabajo, pero de cuyos bienes no participan sino muy poco. En este caso no puede esperarse por parte de los oprimidos una asimilación de las prohibiciones culturales,pues, por el contrario, se negarán a reconocerlas, tenderián a destruir la civilización misma y eventualmente a suprimir sus premisas. La hostilidad de estas clases sociales contra la civilización es tan patente, que há monopolizado la atención de los observadores, impidiéndoles ver la que latentemente abrigan también las otras capas sociales más favorecidas. No hace falta decir que una cultura que deja insatisfecho a un núcleo tan considerable de sus participes y los incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco lo merece.
El grado de asimilación de los preceptos culturales – o dicho de um modo popular y nada psicológico: el nível moral de los participes de una civilización – no es el único patrimonio espiritual que ha de tenerse en cuenta para valorar la civilización de que se trate. Ha de atenderse también a su acervo de ideales y a su producción artística; esto es, a las satisfacciones extraídas de estas dos fuentes.
Nos inclinaremos demasiado facilmente a incluir entre los bienes espirituales de una civilización sus ideales; esto es, valoraciones que determinan en ella cuáles son los rendimientos más elevados a los que deberá aspirarse.
Al principio parece que estos ideales son los que han determinado y determinán los rendimientos de la civilización correspondiente, pero no tardamos em advertir que, en realidad, sucede todo lo contrario: los ideales quedan forjados como uma secuela de los primeros rendimientos obtenidos por la acción conjunta de las dotes intrínsecas de una civilización y las circunstancias externas, y estos primeros rendimientos son retenidos ya por el ideal para ser continuados. Así, pues, la satisfación que el ideal procura a los participes de uma civlización es de naturaleza narcisista y reposa en el orgullo del rendimiento obtenido. Para ser completa precisa de la comparación con otras civilizaciones que han tendido hacia resultados distintos y han desarrollado ideales diferentes. De este modo, los ideales culturales se convierten en motivo de discórdia y hostilidad entre los distintos sectores civilizados, como se hace patente entre las naciones.
La satisfacción narcisista, extraída Del ideal cultural, es uno de los poderes que com mayor éxito actúan en contra de la hostilidad adversa a la civilización, dentro de cada sector civilizado. No sólo las clases favorecidas que gozan de los benefícios de la civilización correspondiente , sino también las oprimidas, participan de tal satisfacción, en cuanto el derecho a despreciar a los que no pertencen a su civilización, les compensa de las imitaciones que la misma se impone a ellos. Cayo es um misero plebeyo agobiado por los tributos y lãs prestaciones personales, pero es también um romano, y participa como tal en la magna empresa de dominar a otras naciones e imponerles leyes. Esta identificación de los oprimidos con la clase que los oprime y los explota no es, sin embargo,más que un fragmento de uma más amplia tatalidad, pues, además, los oprimidos pueden sentirse efectivamente ligados a los opresores y, a pesar de su hostilidad, ver en sus amos su ideal. Si no existieran estas relaciones, satisfactorias en el fondo, seria incomprensible que ciertas civilizaciones se hayan conservado tanto tiempo, a pesar de la justificada hostilidad de grandes masas de hombres.
La satisfacción que el parte procura a los participes de una civilización es muy distinta, aunque, por lo general, permanece inasequible a las masas, absorvidas por el trabajo agotador y poco preparadas por la educación. Como ya sabemos, el arte ofrece satisfacciones sustitutivas compensadoras de las primeras y más antiguas renuncias impuestas por la civilización al individuo – las mas hondamente sentidas aún -, y de este modo es lo único que consigue reconciliarle com sus sacrifícios. Pero, además, las creaciones del arte intensifican los sentimientos de identificación, de los que tanto precisa todo secrtor civilizado, ofreciendo ocasiones de experimentar colectivamente sensaciones elevadas. Por ultimo, contribuyen también a la satisfacción narcisista cuando representan el rendimiento de uma civilización especial y expresan em forma impresionante sus ideales.
No hemos citado aún el elemento mas importante del inventario psíquico de una civilización. Nos referimos a sus representaciones religiosas – em el más amplio sentido – o, con otras palabras que más tarde justificaremos, a sus ilusiones.

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